El Loro Juanito

Texto extraído del libro Gent Popular d’Horta. Mingo Borràs. Editado por HortAvui en 2003.

Hablando del Bar Quimet, de sus personajes y de sus anécdotas más relevantes, forzosamente debemos hablar de un elemento tan singular como fue el loro Juanitu. Era una simpática criatura de especie animal con conocimiento casi de persona. Fue todo un personaje, que se hizo famoso no solamente en Horta sino también fuera del barrio. Era muy perceptivo, y esto hacía que, gracias a la facilidad de habla con qué es dotada esta especie de animales, recogiera y repitiera toda clase de comentarios y nombres que sintiera a su entorno. Charlaba tanto que era todo un espectáculo escucharlo, y quien pasaba por allí, se paraba un buen rato a escucharlo. Pero lo cierto es que más de uno huía, agredido por una palabrota del loro, cansado de verlo delante de él.

Josep Centeno con el “Juanitu” saliendo de la iglesia

Uno de los hechos más divertidos que se recuerda del loro es el del tranvía. Por aquellos tiempos, enfrente del Bar Quimet, tenía el final y el origen el tranvía número 46, que hacía la línea Horta-Barcelona centro, con un vigilante de parada que controlaba y ordenaba a sonido de pito la salida del tranvía. El loro, dentro la jaula colgada fuera, cerca del vigilante, observaba atento los movimientos del vigilante, esperando el momento oportuno, y entonces, con su habilidad de imitación, soltaba un agudo pito, tan perfectamente idéntico al del vigilante, que el conductor convencido de que se le ordenaba la salida, ponía en marcha el vehículo y emprendía el trayecto señalado. El vigilante de parada, que , boquiabierto, sin saber reaccionar veía como el tranvía se alejaba.

La libertad del loro era total, ya que la jaula estaba siempre abierta y él entraba y salía a su voluntad. No había peligro que se escapara, dado que tenía las plumas de las alas descabezadas, cosa que lo privaba de todo vuelo; apenas le permitía saltar de la mesa al suelo. Aun así, en ningún momento no intentó de huir, porque el bar era su casa y se encontraba bien.

Se sabía los nombres de los dueños, que a menudo gritaba con aquel acento “gralloso” pero entendedor que hacía tanta gracia. Más de un peatón se paraba, sorprendido y desconcertado, cuando escuchaba claramente que alguien le gritaba: “borracho, gandul!” o “ladrón, ladrón!”, sin sospechar de aquel pájaro que permanecía tranquilamente subido en el bastón de la jaula. Sin embargo, el Juanito se comportaba bien con quien bien lo trataba.

Podemos decir que una de las personas con quienes más simpatizaba era Josep Segol, asiduo del Bar Quimet, donde acudía durante las horas libres que le permitía la tarea de pintor decorador y la afección en la cadera. Su inclinación a las cartas y las charlas con los amigos del bar lo retenían allí grandes ratos del día, cerca del loro, hecho que ocasionó el buen conocimiento entre los dos. Si alguien hubiera tenido dudas de este afecto, sólo habría hecho falta que los hubiera visto aquella fiesta de Sant Antoni Abat cuando Josep Segol, con el loro Juanito encima del hombro, lo llevó a bendecir a la iglesia de Horta un 17 de enero de los años cuarenta.

La estampa que formaba Segol con el loro, camino de la iglesia, era bien original. El hombre, con su inseparable boina hundida hasta cerca de las cejas, y la camisa abrochada hasta el cuello, con el loro bien aguantando el equilibrio, andaba por las calles del barrio, bajo la mirada del vecindario, que los veía pasar con curiosidad y simpatía.

En definitiva, son muchas las anécdotas más a menos graciosas del loro Juanito que, a lo largo de su vida al Bar Quimet, lo hicieron popular, incluso estimado entre la gente del barrio.

Pero, desgraciadamente, no todo el mundo pensaba así, puesto que un deplorable suceso acabaría poco después con la existencia del animal. No se sabe como ni quien, pero lo cierto es que alguien, con un pitillo o un objeto al rojo vivo, le quemó la boca y la lengua miserablemente, con graves heridas de las cuales, pese a los remedios aplicados por indicación del menescal doctor Luera, con consultorio en la calle Horta, el pobre animal no curaba, languideciendo cuanto más iba más, con un estado tan triste y débil que se decidió darlo al Parque Zoológico de Barcelona. Así desapareció de Horta aquel excepcional loro que un buen amigo de Quimet Carlús le había regalado, traído de unas vacaciones por tierras de Brasil.

Felizmente, Jaume Jalmar ha querido perpetuar el buen recuerdo del loro Juanito imprimiendo su imagen en todos los azucarillos y en las cartas de los bocadillos que sirve el bar.

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