En abril del año 1927, Rosita Not y Quimet Carlus, matrimonio, abrían las puertas por primera vez del Bar Quimet d’Horta, un bar de bocadillos en el barrio de Horta de Barcelona, a punto, hoy, de convertirse en establecimiento centenario y donde se pueden degustar (quizás) las mejores chapatas de la ciudad.
Durante los primeros años del Quimet d’Horta, el establecimiento fue conocido como el “bar del loro”, por tener como parroquiano permanente al "loro Juanito", un llamativo loro gris de cola roja que un buen amigo regaló al señor Quimet y que divertía a todos los clientes imitando, perfectamente, el silbido del revisor de los tranvías de la época. De hecho, tan bien lo hacía que a menudo, el loro Juanito del Quimet d'Hora era el encargado de anunciar la salida del tranvía que tenía el inicio y final de carrera delante del bar.
Desde el primer momento, el loro se convirtió en un atractivo especial del establecimiento, igual que los bocadillos del Bar Quimet que actualmente son considerados de los mejores bocadillos de Barcelona.
En sus cerca de 100 años de historia, el Quimet d’Horta ha sido sede del club de fútbol Unión Atlética de Horta, de la Unión ciclista de Horta y del club Ajedrez Alfil Club, además de un local para jugar ajedrez en Barcelona muy popular hasta los años 80, cuando, también, eran habituales en sus mesas, las partidas de parchís y dominó. Y aunque, los nuevos entretenimientosfueron acabando poco a poco con esta costumbre, el bar Quimet d’Horta ha mantenido siempre vivo el carácter de bar popular y de barrio al que contribuian, también, este tipo de actividades.
El 18 de mayo de 1955, el Quimet d’Horta se traspasó a Jaime Jalmar Pujol, que continuó trabajando para mantener el mismo espíritu. En aquel tiempo se hacían, ya, 7 clases de bocadillos, una cifra destacada para la época, pero irrisoria si la comparamos con las más de 37 clases de tortillas diferentes y más de 87 clases de bocadillos de la carta del Quimet d’Horta actual, con todo tipo de opciones preparadas con nuestra famosa chapata del Quimet, además de biquinis, bollos y tostadas.
El 1 de agosto de 2006, Jaume Jalmar traspasó el Bar a su hijo Josep Lluís, quien recuperó las puertas antiguas del local con sus ornamentos originales, colocó el suelo tan característico del Quimet y realizó reformas en los lavabos, convirtiendo al Quimet d’Horta en un bar accesible para personas con movilidad reducida.
Actualmente, Josep Lluís sigue manteniendo vivo el espíritu y carácter genuino del Quimet d’Horta para alegría y satisfacción de vecinos de Horta y visitantes, que han convertido a este establecimiento en uno de los bares más populares de bocadillos en Barcelona, imprescindible en las mejores guías y en los planes de generaciones de barceloneses.
Colección de botellines
La colección de botellines que se expone de forma permanente en el Quimet d’Horta y que llena buena parte de las paredes del establecimiento, es propiedad de Josep Lluís Jalmar quien, desde su infancia, las ha ido acumulando.
En la colección hay botellines comprados, otras que son un regalo, que ha recibido en herencia y, también, muchas que son obsequios de clientes que se las han traído de sus viajes a todas las partes del mundo. Los botellines son de todo tipo: Whisky (maltas, blends, japoneses, indios, irlandeses, escoceses,…), anises, absentas, brandies, coñacs, tequilas, snaps, vinos, licores de chocolate, etc.
Actualmente, la colección de botellines del Quimet d'Horta suma más de 3.000 piezas.
Bar Quimet
Texto extraído del libro Gent Popular d’Horta. Mingo Borràs. Editado por HortAvui en 2003.
Así es el Bar Quimet
Una de las notas típicas d’Horta es, sin duda, el bar Quimet de la plaza Ibiza. Un bar que, desde que se fundó el año 1927, aún subsiste y mantiene algunos de los rasgos más característicos de aquella época. Es una mezcla del ahora y el antes; un establecimiento, que aunque las tímidas reformas, continúa siendo el café casero de la barriada situado en el lugar más neurálgico del barrio.
Está muy concurrido, y durante el día pasa una gran diversidad de clientela. Allí acuden el asiduo cliente del desayuno y el del café de la tarde; también el ocioso que busca distracción, el que pasa volando, el que tiene prisa y el que no tiene tanta; el que entra para usar el teléfono público o para encontrarse con alguno, o simplemente para comprobar y comentar los resultados deportivos, y así mismo los que manipulan las máquinas tragaperras o leen el diario engullendo la bebida solicitada.
Y entre todo este ir y venir y el murmullo de voces, se mueven, absortos a todo, los que arrinconados juegan al ajedrez o al parchís, comentando la jugada.
Pero el que le daba aquella nota de color tan arcaico, que diferencia este bar de los otros, es la gente grande que se refugia y que se mantiene sentada alrededor de la mesa de mármol cerca del ventanal, contemplando el movimiento de su entorno, conversando entre ellos, posiblemente del tiempo de la juventud, de la actualidad o de las gracias de los nietos y bisnietos, mientras van consumiendo poco a poco su bebida que durará toda la tarde.
Es gente veterana de Horta, gente que lleva muchos años en la espalda y que seguro un buen puñado de recuerdos de la antigua gente del barrio, y también hechos y anécdotas de su época pasada.
Yo me acerco a la mesa donde está la que había sido la señora del bar, Rosita Not, esposa de Quimet, que, a pesar de sus 92 años, estaba allí como una estampa de siempre, velando por su local, temerosa de que lo derruyan como los otros que han caído a su alrededor. Con un ligero destello en sus ojos, Rosita va desgranando sus recuerdos ligados al Bar Quimet, que son corroborados por su compañera de mesa y de juventud, Isabel Ribó, viuda de Josep Font de Can Llori, la que a pesar de sus 96 años, acostumbra a pasar el rato en el Bar Quimet, en compañía de sus amigas. Hay que ver la cara de regocijo que se le pone a Isabel cada vez que explica, orgullosa, que es bisabuela de diex bisnietos y tatarabuela de un tataranieto (Poco después de confeccionar este artículo, nos enteramos de su muerte, ocurrida el día 14 de septiembre pasado. Descansa en paz, Isabel, con el santo orgullo que como abuela has conseguido una cosa que no todo el mundo ha podido conseguir: llegar a ser tatarabuela). Más tarde murió, también, Rosita; ella y el Sr. Quimet no tuvieron descendencia pero su espíritu estará siempre presente en todos aquellos para los que el Bar Quimet ha representado alguna cosa. Nos extraña ver vacía aquella mesa sin Rosita e Isabel.
Así, reunidos, los tres hablamos del bar, de sus típicos personajes y de los hechos más relevantes. Recuerda Rosita la lejana época de cuando sus padres eran los cafeteros del antiguo Ateneu de la plaza Santes Creus, cuando ella apenas tenía 9 años, y de cuando, tiempo después, su madre Emília Vila, abrió la bacaladería en el antiguo mercado de la plaza Ibiza, la que, con los años, pasaría a cargo de su hermana Pepeta. Recuerda Rosita que ella, con poco más de 10 años, ya iba al borne de Barcelona a comprar las cajas de sardinas para vender en la parada.
El bar fue construido por el matrimonio Quimet Carlús Pitarque y Rosa Not Vilà, dentro del local adquirido en régimen de alquiler en los bajos del edificio construido en la plaza Ibiza esquina con la calle Rajolers, propiedad de Joan Puigbó.
Acabadas las obras de acondicionamiento, el bar se inauguró en abril del año 1927, con una gran afluencia de gente que acudía atraída por la curiosidad del nuevo local y por la novedad de la pianola eléctrica que Quimet instaló para la clientela, la que escogía la música que más le gustaba accionando el botón de selección correspondiente.
Plenamente dedicados al establecimiento, el matrimonio cuidaba el más pequeño detalle para que la clientela se encontrara a gusto, y la limpieza era rigurosa. Como norma, Rosita efectuaba, dice, cada mañana la limpieza del local, que hacía personalmente delante de las chicas a su servicio. Las mesas de mármol eran fregadas com tierra y lejía, y con “Netol” los círculos de latón que las envolvían. De la misma manera, eran fregados el suelo y la barra, y también desempolvadas todas las botellas de las estanterías. Todo era repasado y ordenado curiosamente para recibir a los primeros clientes con olor a lejía y vapores de buen café.
Nacía así el que sería el popular bar del pueblo, el inmortal bar Quimet. El bar que el actual propietario, Jaume Jalmar, ha sabido conservar desde el día 4 de mayo de 1955, dfecha en la que también fue alquilado a Joan Puigbò, por cesión de Quimet.
Muerto en el año 1967, a la edad de 70 años, Quimet Carlús dejaría para siempre su bar, que desde el momento que fue traspasado, por jubilación, continuó frecuentando con su esposa, que después de ser alquilado por Jaume Jalmar, en homenaje al creador del bar, continuó manteniendo el nombre de Quimet, perpetuando así la popularidad familiaridad del local.
La estructura del bar casi no ha cambiado, y el establecimiento conserva todavía aquel sello que le ha hecho tan casero. El hecho curioso del caso, y que representa el respeto que Jaume tiene por conservar las tradiciones del bar, es que incluso han llegado a identificarlo, personas ajenas a Horta, con el mismo Quimet.
A lo largo de su existencia, el bar ha sido también el centro de varias actividades, todas de cariz cultural y deportivo, como han sido la Unió Atlètica d’Horta, la Unió Ciclista d’Horta y del Ajedrez Alfil Club.